No sé si sabré estar a la altura. El caso es que hoy he decidido que era el momento de comenzar antes de que fuera demasiado tarde, y los recuerdos dejaran de hacer mella en mi cerebro. Mientras escucho una canción de Ihon me tiemblan los dedos sobre este teclado y no paro de buscar la forma de como podré arreglar a lo largo de esta semana la máquina de escribir que hace días robé de una casa abandonada cercana a la mía. Con todo esto de la tecnología la gente acostumbra a escribir en sus ordenadores, sin embargo, yo desde que tengo uso de razón he sentido una extraña fijación por los objetos antiguos, y entre ellos, el sonido y la forma en la que avanza el papel cuando escribes a máquina. Como la tinta se plasma en el papel rápido o despacio, dependiendo del momento en el que el escritor esté inspirado o no.
Tengo los dedos manchados de pintura, debería comprarme unos pinceles más gruesos pero sigo aquella norma de no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, pero al revés y por eso y por mi infinita impaciencia mojo lentamente los dedos en la pintura para acortar el tiempo, es lo que conllevan las ansias de terminar un cuadro que me recuerda encarecidamente a una etapa de mi infancia fugaz. La niña de los calcetines rojos, la que siempre soñaba con atrapar a las palomas para mirarlas de cerca, esa que tenía miedo a dormir sola y necesitaba que su madre la consolara por las noches de todos los putos fantasmas que se ataban a su cama. Esa niña que disfrutaba tanto contemplando un atardecer sentada en la hamaca de su jardín, como hoy en día lo hace follando con su novio o estando al filo de la muerte, por eso de la adrenalina ya sabes. De pequeña tenía los dedos rechonchos, y ahora al ser la primera vez que escribe un libro, tal vez se esté fijando más de lo normal en la forma de sus manos, las cuales están llenas de cicatrices de haberse pegado con su mejor amigo. Sus uñas están medio despintadas. Su madre lo odia, dice que como puede no darle vergüenza salir así de casa, que parece una vagabunda y que se haga la manicura francesa. Hago oídos sordos.
He dejado a un lado la pantalla que tengo ante mis ojos para recordar aquel día que en clase me estaba peleando con un compañero, "el Camomila", mi primer novio, que me clavó para mi sorpresa un lápiz en la palma de la mano y todavía tengo la marca de color grisáceo de la punta. Vagos recuerdos. Una llamada, aquí esta él otra vez. La persona al rededor de la que gira este caos absoluto y por la cual tengo mi culo sobre este asiento de madera con los ojos cansados para tal vez en 50 años poder leer una historia, la nuestra. Déjalo cielo, son cosas mías. Acabo de fijarme en el principio de la página y como es lógico, falta el prólogo, he esbozado en mi cara una ligera sonrisa pensando en que así parecería uno de esos libros calificados como best seller. Se corta el teléfono, la espera ya se hacía eterna. Es lo que conlleva comenzar a hablar con él tranquilamente, una conversación fluida, haciendo planes de un futuro cercano, de las ganas que nos tenemos, cuando derrepente oigo a través del cable infinito del teléfono su ansia, una calada tras otra. Como inspira y suelta el humo con fuerza y no solamente eso. También noto como va dejando nuestra conversación a un lado y como ejerce carcajadas delirantes por cualquier tipo de dibujos animados absurdos. Por desgracia siempre lo arreglan todo con ese típico: perdona cariño, ¿qué decías? ¡Ay mi niña, cuántas ganas tengo de verte ya te hecho de menos!
Por supuesto, nos vimos ayer.
Saben utilizar las palabras adecuadas en el momento adecuado para que no te marches nunca, y por eso me dan ganas de gritarle que puedo volar, date cuenta. Pero sé que en el fondo no es verdad, por eso prefiero cerrar la boca. No paro de repetir una y otra vez la misma canción, debe de ser que las extrañas y buenas costumbres nunca se pierden, desde que era una canija según mi madre me encariñaba con una película y podía verla minimo cinco veces al día, y ahora igual. Como con aquella película, "Dominó". Todavía recuerdo la escena en la que una niña con un sombrero, que está de excursión con el colegio al Baticano, mira la cesta de limosnas. Alza la cabeza al techo y mirando la imagen de Dios en la cúpula rodeada de oro exclama:
-Dios me creó a su imagen y semejanza, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal (dándole un beso a la moneda que roba mientras se la guarda en el bolsillo)-Amén.
Greetings from Wisconsin! I found that very informative. Thanks for the comment. I will be back to check for more info when I can.
Every time I go and shave, I assume there's someone else on the planet shaving. So I say, 'I'm gonna go shave, too.'