Te miro. Mira que pude llegar a pedirte veces, y veces y veces que lo dejaras a un lado. Que no te metieras en ese mundo del que muy pocos consiguen salir. Acaricio tu pelo negro, todavía lo tienes cortado como me gusta, con los lados rapados y greñas. Mis dedos recorren lentamente tus mejillas, intentando no asustar a los cables que se introducen por tu boca y tu nariz. Por no hablar de los tubos que atraviesan tu piel hasta entrar en tus venas. Te odio. No sé como has podido llegar a hacerme esto. Siempre me dijiste que yo te hacía ser mejor persona y que te hacía aspirar a más.
Todas tus palabras se han colado por el desagüe y se han marchado muy lejos, tal vez a algún río de la otra punta del mundo. Te aprieto las manos intentando ocultar las lágrimas que desbordan por mis ojos. También intento aguantar los gritos que perturbarían todas y cada una de las salas del hospital. Estás en coma. Pero no por culpa de ningún hijo de puta que te haya atropellado con el coche ni por una mala caida. Por una sobredosis.
Te lo advertí cariño, que no me podías dejar sola y menos por esto. Tengo 17 años y entraste en coma cuando hacíamos siete meses, siete pequeños meses para los 5 años que llevamos enamorados. Ha pasado casi uno y esta espera infinita esta acabando conmigo.
Ya no como ni duermo y cuando lo consigo mis pesadillas superan a esta tortura. Siempre apareces sentado en una silla mirándome como si yo fuera un ángel y me besas por el cuello antes de meterte una raya. No puedo soportarlo más. Me despierto todas las noches gritando como si se me fuera la vida y mi madre tiene que darme tranquilizantes para que no enloquezca.
Y ahora te tengo ante mis ojos, me ha costado un esfuerzo sobrehumano el avanzar por el pasillo de paredes verdes del hospital. Habitación 236. Mi mano temblorosa gira el picaporte y se nubla mi vista. Mis piernas flojean y caigo en brazos de una doctora. Partes de mi se van deshaciendo y cada día que paso contemplándote postrado en esa camilla mi mundo pesa un cuarto más.
Entro en la habitación y te vuelvo a ver ahí. Tu piel se confunde con las sábanas de la camilla y tu respiración es muy lenta, de las pocas veces que estás en calma.
Miro la pantalla en la que aparecen los latidos de tu corazón que penden de una máquina, cada vez son más lentos. Te estás llendo mi vida y yo no sé como remediarlo. Te acaricio los hombros que tantas noches besé con amor, que ahora están carcomidos. Mis manos bajan por tus brazos y encuentro el hueco de tu codo lleno de marcas de algo que no debería haber acabado así nunca. Debería haberte arrancado a la fuerza todas aquellas geringuillas y ahora no estarías aquí, me siento tan culpable...
Te beso, intentando no gritarte con todas mis fuerzas. Te abrazo levemente como si fueras a romperte de un momento a otro. Me gustaría que pudieras escucharme, llevo todo el mes viniendo cada día, eres lo primero cuando abro los ojos y cuento los segundos que paso sin ti.
Mi madre dice que debo olvidarte, que no me convenías pero he de reconocerte algo... sigo rezando por ti cada noche. Te leo libros, dibujo y voy guardando cada uno de mis cuadros bajo tu cama. Sabes que adoro dibujar y por ello algún día me haré famosa. Necesito que estés ahi para verlo, para que estés orgulloso de mi. Somos dos personas encerradas en una habitación que ahoga, queriendo hablar, pero tus palabras se quedan escondidas en algún rincon que no soy capaz de descubrir. ¿Porqué?
Siempre me dijiste que yo era tu vida, que todo giraba en torno a mi y que nunca habías sido tan feliz. Y yo como una gilipollas te creí, éramos amigos, siempre me habías declarado tu amor y yo siempre te había rechazado. Hasta que me conseguiste, y todo cambió.
Te convertiste en el mejor novio del mundo, me cuidabas, me protegías. No me gustaba que fumaras porros, era algo que odiaba, algo que temía. Hasta que con el paso del tiempo yo también acabé haciéndolo. Por tu culpa me metí en algo de lo que me costaría mucho salir y tu lo sabías bien. Intenté dejarlo y no pude, y bien sabes que intenté que tu hicieras lo mismo. Pero al final llegaron las drogas duras y tu ya no te conformabas con menos. A medida que tus ansias aumentaban también la cantidad de la dosis lo hacía, por no mencionar mi amargura.
El día que te fui a dar una sorpresa a casa con un cuadro entre mis brazos en el que salías sonriendo con un pajarito sobre la palma de tu mano y te ví preparándote una raya sobre un CD lo rompí en dos, tengo aquel momento grabado a fuego en mi cabeza.
Tenía la esperanza de que fueras capaz de mejorar tu vida aunque solo fuera por mi, jamás pensé que llegaríamos a esto. Tengo 17 años, estoy enganchada a los porros y tu estás ahi tirado como un vegetal. Dime que cualquier día de estos vas a despertarte y me mirarás a los ojos otra vez. Tus ojos verdes siempre rojos, estoy enamorada de ellos.
No pararé hasta que salgas de esta tétrica habitación de mi mano, lo único que hoy me mantiene con vida es los colocones de los porros, pierdo la noción del tiempo e incluso a veces del espacio. Para no pensar. Necesito no necesitarte.
Vuelvo a casa... me bailan las piernas del frío que hace en tu cuarto. Se han estropeado las calefacciones y no podré soportar una noche más viendo como te desvaneces, mañana será otro día.
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